Se celebraba ayer la Jornada de la Mujer Trabajadora con un sentido fuertemente reivindicativo. Considero que se debe tener muy presente ante todo la dignidad de la persona humana y concretamente de la mujer, porque no siempre la mujer es reconocida, respetada y valorada en su peculiar dignidad, todavía hoy. Bien está recordar lo que ya sabemos y aprender lo que deberíamos saber, no dejándonos arrastrar por el proceso de despersonalización al que nos vemos avocados. Me uno también a esta Jornada agradeciendo la aportación inmensa, frecuentemente silenciada, de la mujer en todos los ámbitos de la existencia humana: en la familia, en la Iglesia, en la tarea educativa, en la educación para la paz, en la promoción de la cultura de la vida, en el mundo sanitario. Es una larga historia de dedicación y generosidad, escrita sólo en parte, en la que se percibe claramente que tanto la sociedad como la Iglesia necesitan de lo que san Juan Pablo II llamaba “genio propio” de la mujer.
Somos herederos de una historia en la que no siempre la dignidad de la mujer ha sido tenida en cuenta. Una respuesta a esa situación no lograría el objetivo propuesto devaluando lo específicamente femenino. La igualdad de la mujer con el hombre no debe ignorar la realidad de que el hombre y la mujer son diferentes. No necesita la mujer para afirmar su propia identidad asumir la condición del hombre. Esto no significa que no pueda conseguir los mismos logros que el hombre en el ámbito profesional sin que esto suponga erradicar la vocación a la maternidad.
Tampoco la mujer necesita asumir la cultura de la exclusión como si la afirmación de uno mismo conllevara la exclusión del otro ya se trate del hombre o del hijo que pudiera tener. La sociedad ha de fundamentarse sobre el carácter sagrado e insustituible de cada individuo humano, sean cuales sean sus circunstancias personales.
Termino haciéndome eco de las palabras de san Juan Pablo II: “La Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una… La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del genio femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina”.