Intervención de Mons. Barrio en la Cope: 19 de enero de 2018

 

Acabadas las fiestas de Navidad, iniciado un nuevo año y retomadas las habituales tareas normales en la vida familiar, el mes de enero se nos presenta como un trampolín para hacer de lo cotidiano algo extraordinario. Es más, si no fuera por la sencillez del tiempo ordinario de nuestro calendario litúrgico, tampoco degustaríamos la singularidad de los tiempos fuertes.

El ritmo de nuestras vidas podría parecernos monótono, acaso aburrido. Y en ocasiones quizá lo sea. Pero la presencia de Dios se descubre en cualquier momento y en cualquier situación. Los grandes acontecimientos que hemos podido soñar, pensando que podríamos ser protagonistas de una película, no suelen acontecer. Lo extraordinario, lo verdaderamente sorprendente, el milagro diario, es que Dios nos quiere en nuestro escenario concreto: en el trabajo doméstico; llevando a los hijos al colegio; escuchando al amigo que nos hace una confidencia o nos pide, silenciosamente, ayuda; en la charla que un nieto entabla con su abuelo; o en la paciencia para pagar en la cola del supermercado.

Ahí nos quiere Dios y ahí está Dios con nosotros. Dándonos la ocasión de acompañar y sonreír; regalándonos la oportunidad de expresar la fe con obras sencillas, normales. Enero acostumbra a ser un tiempo de propósitos y de proyectos, que a veces se frustran por falta de entusiasmo o porque eran metas que superaban con creces nuestras posibilidades.

Vivir en la presencia de Dios, invitándole a compartir nuestro día con una breve oración en la mañana y con un cariñoso recuerdo al acostarnos, no defrauda. Con Él, lo normal y lo ordinario siempre vendrá como extraordinario.

 

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