Gesegnete Weihnacten. Merry Christmas. Joyeux Noël. Auguri per un Santo Natale. Bo Nadal. Feliz Navidad
“El Señor consuela a su pueblo y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”. En el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, el proyecto de Dios Padre toma cuerpo, se concreta, y llena el corazón de todo hombre de la única paz que da sentido a la vida aquí, ahora y siempre en la eterna comunión con Él. Jesucristo ha tomado un corazón de hombre, una sensibilidad de hombre; se ha emocionado, se ha compadecido, ha sufrido y por eso es capaz de venir en ayuda de los que son probados. Es el Dios con nosotros. Se nos revela con una imagen distinta de cómo lo hubiéramos pensado. Es debilidad, ternura, cariño, misericordia entrañable. Todo lo débil tiene sentido en nosotros. La fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad. Todas las debilidades de nuestra historia tienen posibilidad de futuro. Se ha abierto de par en par la puerta de la esperanza.
Reconozcamos nuestra dignidad, pasando de lo viejo a lo nuevo, de la impiedad a una vida honrada y religiosa para decir: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Navidad es la manifestación del misterio del amor de Dios hacia nosotros. Revela que el Hijo de Dios no quiere dominar la historia desde posiciones de poder, sino que la quiere habitar en la sencillez de una familia pobre; no quiere utilizar tácticas de fuerza, sino buscar la concordia lejos de toda violencia. Por eso, estamos celebrando un Misterio que marca la historia humana según el designio de Dios y desdibujada por el hombre en las guerras, el terrorismo y la no aceptación de los demás. Dios en su Hijo ha puesto su tienda en medio de nosotros, hablando el lenguaje universal de lo pequeño, de lo débil, de lo pobre, que rompe nuestros esquemas. Esto lo entienden sólo quienes son capaces de descubrir la señal de “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”; quienes saben que la fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad; quienes tienen conciencia de que Dios es amor (1Jn 4, 8.16).
Celebrar la Navidad nos recuerda que tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo para salvarlo y que la dignidad del ser humano ha sido restituida pues en ella el pecado había desfigurado la imagen de Dios. El Niño que se nos ha dado disipa las tinieblas con su luz. No hay lugar para el temor porque la gloria de Dios nos envuelve: “Dios Padre nos ha hablado por el Hijo, heredero de todo, que sostiene el universo con su palabra poderosa”. Vivir la Navidad es recuperar la fuerza para afrontar los problemas de la vida diaria, personal, familiar, laboral y social, como hijos de Dios. “Dios se ha hecho criatura… que nos abre la puerta de lo eterno. El cielo y la tierra se juntan en una Palabra nueva: Misericordia entrañable derramada como bálsamo sobre la herida del hombre, y nos redime del hastío y del cansancio de vivir, y nos proyecta al Infinito de Dios”.
“En el niño de Belén ha hecho su entrada en este mundo la fuerza invencible del amor divino”[1]. Esta certeza nos infunde ánimo, enseñándonos que el camino de la felicidad pasa por la austeridad, el de la paz por la justicia, el de la abundancia por la solidaridad, el de la salvación por el amor. El Hijo de Dios se hizo hombre para redimir todas las situaciones humanas: las alegrías, y las tristezas; los éxitos y los fracasos; la salud rebosante y la enfermedad; los momentos de plenitud radiante y los instantes de dudas y perplejidades. Cuidemos que la luz de Belén no se apague por los vientos gélidos de la indiferencia religiosa y del relativismo moral.
La propuesta cristiana, dada a conocer en la cueva de Belén, es la grandeza y el sentido de una vida fundada en la verdad y en el compromiso con el bien y la paz. “En el Hijo de Dios estaba la vida y la vida era la luz de los hombres”. Caminemos en la luz, viviendo como hijos de la luz, manifestada en las buenas obras; y decidámonos siempre por la defensa de la dignidad de los más débiles, sin olvidar que en nuestra relación con Dios cobran sentido la visión del mundo y del hombre, los principios y valores que nos llevan a encontrarnos con Dios en el hombre. La Navidad nos invita a transformar nuestra sociedad en una realidad de comunión y fraternidad en medio del desgaste espiritual que padecemos. ¡Contagiemos el espíritu de la Navidad! Pidamos al Espíritu Santo que haga nacer en nuestros corazones a Cristo, para crecer en santidad hasta que lleguemos a la perfección, a medida de la infinita grandeza de Cristo que llena todo el universo. ¡Feliz Navidad! Amén.
[1] J. Ratzinger, Palabra en la Iglesia, Salamanca 1976, 293.