Santiago de Compostela está incluida en una tradición milenaria alrededor de la tumba del Apóstol. Esta ciudad, como custodio de uno de los tesoros más preciados del Orbe Cristiano, es el destino de los peregrinos, un lugar de encuentro de corrientes espirituales, tendencias culturales, económicas y sociales. “La peregrinación a Santiago, según Moreno Báez, fue uno de los elementos fuertes que favorecieron el entendimiento mutuo de diferentes pueblos europeos, como los latinos, los alemanes, los celtas, los anglosajones y los eslavos. La peregrinación puso en contacto y unió a aquellas personas que, de siglo en siglo… abrazaron el Evangelio”.
El Camino de Santiago y el continente europeo forman un todo inseparable en el fondo de nuestra historia milenaria. No es posible pensar en Europa sin tener en cuenta el profundo intercambio generado por la peregrinación jacobea y su camino. En palabras de M. Durliat, es una de las manifestaciones más permanentes de la civilización cristiana y la más antigua y tenaz de sus tradiciones. A partir del siglo XI, el Camino de Santiago aparece como una de las tres rutas principales de peregrinación cristiana. “El momento más alto de madurez y universalidad del Camino y la ciudad de Santiago es el siglo XII. El esplendor de la peregrinación genera su propia cultura y anima grandes creaciones literarias, arquitectónicas, líricas, litúrgicas e iconográficas”. El mundo cristiano mira a Compostela. El Códice Calixtino es la mejor torre de observación para contemplar las imágenes de la ciudad y el significado del Camino. Las críticas de Lutero y Erasmus reflejan hasta qué punto fueron el símbolo y el signo de una Europa católica. La peregrinación nunca se eclipsó, tanto para los católicos como para los reformados.
El Camino de Santiago y Europa
Es indudable que Europa nace y da sus primeros pasos en un Camino que conducía a Compostela. Por esta razón, nadie puede sorprenderse por el interés en la historia y el contenido del Camino. De ahí que fuese declarado el primer itinerario cultural en Europa, dando lugar a iniciativas culturales, científicas y políticas. Basta recordar el discurso de san Juan Pablo II el 9 de noviembre de 1982 en Santiago: “vieja Europa, vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo. Los demás continentes te miran y esperan también de ti la misma respuesta que Santiago dio a Cristo: «lo puedo»[1].
El Papa exhortó e instó a Europa a despertar y recuperar su verdadera identidad cristiana. Podríamos decir que si queremos que “el cristiano europeo contemporáneo” se acerque “al hoy eterno de Dios”, necesitamos una pasión y un valor que sacuda con fuerza nuestra apatía. Si hablamos de Santiago, nada más adecuado, nada más pertinente que hablar de evangelización. La apostolicidad que nutre a Compostela se debe al aliento evangelizador del apóstol Santiago, testigo y uno de los primeros mártires del evangelio de Jesucristo.
Descubrir Santiago y su camino significa conocer los orígenes de Europa. El Sepulcro apostólico del apóstol Santiago significó el encuentro con la Tradición, el reencuentro con los orígenes de la evangelización. Desde el siglo XI hasta el siglo XV, Compostela se convirtió en el objetivo de la sociedad medieval. Basta recordar las palabras de Dante: “Y mi mujer, llena de alegría, me dijo: mira, mira, aquí está el barón para quien visitaste Galicia”. En la crítica de la peregrinación jacobea de Bertoldo de Ratisbona, Thomas de Kempis y Erasmus, percibimos el eco de la languidez de la espiritualidad medieval y el declive del Camino de Compostela.
¿Qué misterio contiene el Camino de Santiago para el peregrino
Nadie entendería a Santiago y su historia sin el Camino, reflejo del espíritu europeo. El Camino es una expresión temática del ser humano como ser peregrinante hacia Alguien, hacia Algo, más allá de un análisis cultural meramente antropológico-cultural. No es un retorno al cristianismo medieval, aunque redescubramos los valores permanentes que adquirieron una validez especial en la sociedad cristiana medieval. Es como una protesta del peregrino contra su entorno y contra las ofertas de la sociedad actual. Viviendo inmerso en una cultura en conflicto con la naturaleza, el peregrino vence a la ideología de vivir en lo que es natural. En una sociedad herida por el gnosticismo, el Camino redescubre la naturaleza y el peregrino se encuentra en armonía con la creación. Atraído por el elocuente silencio de la naturaleza, se abre al campo de la contemplación, encuentra nuevas claves para comprender el mundo simbólico y experimenta que el hombre no está completo hasta que se encuentra a sí mismo, siente que tiene muchas posibilidades, que es un ser para el futuro, percibe que es un ser que necesita y que por lo tanto es limitado, y esto lo lleva a valorar la hospitalidad y la acogida. El Camino es un espacio donde el peregrino busca una respuesta a sus preguntas, en la búsqueda de su propio camino, percibiendo que el hombre encuentra su significado en la historia y no en las ideologías. Compostela es un signo de trascendencia, una apertura al Misterio, a lo Absoluto: Ultreia y Suseia. Dios quiso que su propia existencia no estuviera sin nosotros.
¿Cuál es el papel del Camino en Europa?
Europa, continuando su historia, debe volver a sus raíces cristianas y aceptar los valores permanentes del hombre para emprender nuevas acciones. Hoy es una invitación a recuperar el contenido esencial de la antropología católica. No olvidemos que Lutero criticó la peregrinación jacobea que enfatiza las dimensiones antropológicas inherentes al mensaje católico: la bondad de la creación y de lo creado; la amenaza y consecuencias del pecado; las posibilidades que tiene el hombre de sanar, convertirse y ser perdonado; la presencia de la gracia en la creación que está en el camino de alcanzar su plenitud.
El peregrino jacobeo es un “viajero de lo sagrado” y portador de conocimiento. En este sentido, San Juan Pablo II dijo: “Europa entera se ha encontrado a sí misma alrededor de la «memoria» de Santiago, en los mismos siglos en los que ella se edificaba como continente homogéneo y unido espiritualmente. Por ello el mismo Goethe insinuará que la conciencia de Europa ha nacido peregrinando”. En este horizonte, la peregrinación pasa de tener un valor exclusivamente cultural e histórico, a tener un valor constitutivo y constituyente de la civilización europea común. El peregrino jacobeo contribuye efectivamente a la construcción de la única Europa posible: la que tiene una referencia espiritual con sus principios morales y sociales, su cultura, su arte y su sensibilidad, es decir que tiene sus raíces en la tradición cristiana, que permanece presente en cada una de sus fibras.
A pesar del secularismo y del relativismo, la tecnología y la electrónica, la movilidad y los viajes rápidos, la exploración del espacio y la velocidad de la información, todo parece indicar que las personas tratan de enraizarse en el terreno firme y estable de lo sagrado. Cuanto más rápido camina la humanidad, mayor es la necesidad de sentir cimientos sólidos. Parece que los lugares de peregrinación, y en particular el de Santiago de Compostela, responden a esta profunda necesidad antropológica. El ritual, el misterio y la tradición cultural de la peregrinación a Santiago, como símbolo histórico y religioso, siguen siendo un instrumento adecuado, capaz de expresar el profundo significado de la existencia humana y, por lo tanto, de la vida de la fe cristiana en la búsqueda de lo mejor, que se puede conseguir sólo a través de la Verdad que nos libera porque “somos capaces de vernos a nosotros mismos con honestidad y de emprender nuevos caminos hacia la verdadera libertad”. No hay sistemas que anulen por completo la apertura a la bondad, la verdad y la belleza, ni la capacidad de reacción, que Dios continúa alentando desde el fondo de nuestros corazones “, como escribió el Papa Francisco.
Santiago de Compostela no figura entre los centros financieros del continente, ni entre los principales centros de toma de decisiones políticas. El verdadero valor del Camino de Santiago, junto con los de Jerusalén y Roma, consiste en ser un camino del espíritu del ser humano, que se rebela a desaparecer bajo la asfixia del materialismo. La Catedral de Compostela es un testimonio centenario del magnetismo ejercido por el Apóstol Santiago en tantas personas que desean emprender un nuevo camino de su espíritu, abandonándose a la Providencia de Dios, al susurro de la creación y a la hospitalidad de la gente. Al igual que Abraham, el peregrino inicia un viaje hacia una nueva experiencia de fe, abandonando las certezas que lo atan a su rutina diaria, y teniendo en cuenta el objetivo que es el Sepulcro de Santiago, no sabe qué le deparará el mañana en cada fase de su viaje. Durante la peregrinación, puede curar su nostalgia sintiéndose introducido en la naturaleza, en su prójimo y, sobre todo, en Cristo, que es el camino, la verdad y la vida. “Ir de peregrinación significa salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios allí donde Él se ha manifestado, allí donde la gracia divina se ha mostrado con particular esplendor y ha producido abundantes frutos de conversión y santidad entre los creyentes”[2]. Con su abandono en la Providencia, el peregrino “parece un viajero que va a nuevas tierras no sabidas, sigue nuevos caminos nunca antes explorados, camina no guiado por lo que sabía antes, sino en duda y por el dicho de otros. Está claro que no pudo llegar a nuevos países ni saber más de lo que antes sabía, si no fuera por caminos nuevos nunca sabidos, y dejado los que conocía”[3].
Hoy en día, el Camino de Santiago comienza en cualquier rincón de Europa y de los demás continentes. Ya Dante Alighieri, en el siglo XIII, escribió que la peregrinación a Santiago “es la peregrinación más maravillosa que un cristiano puede hacer antes de morir”. Compostela comenzó a ser conocida como “la Jerusalén del oeste”, entrando así en la tríada sagrada e histórica compuesta por Jerusalén, Roma y Santiago. Con el paso de los siglos el Camino le dio a Compostela las dimensiones de la hispanidad y también de la europeidad, así como una dimensión universal. Tres dimensiones que se fusionan en el signo de la apostolicidad.
La identidad de Europa depende en gran medida de su tradición cristiana. Incluso en medio de los sangrientos conflictos bélicos que la sacudieron a lo largo de los siglos, prevaleció la idea de una Christianitas que dio forma a esa unidad, a la que contribuyó significativamente el Camino de Santiago.
Santiago de Compostela se convierte entonces en la meta de un Camino que los peregrinos recorren para recordar las tradiciones apostólicas antes de que se olviden sus raíces cristianas. Es necesario dar esperanza a los hombres. “Haz que la esperanza resuene desde aquí”. Estas palabras dirigidas al apóstol Santiago fueron colocadas por Dante en boca de Beatrice. Con el bagaje de su fe y con las huellas de sus pies, los peregrinos marcaron el Camino de Santiago de Compostela, “capital espiritual de la unidad europea”. Un camino que debe ser una fuente de oxígeno espiritual que purifica el aire que respiramos para que la semilla del mal se vuelva estéril y la semilla del bien madure en abundantes frutos de vida cristiana.
El Camino de Santiago, un camino de fe y de cultura
Desde sus orígenes el Camino de Santiago ha sido un camino de fe y, al mismo tiempo, un camino de cultura. Esta convicción fue señalada por Enea Silvio Piccolomini, el Papa humanista (1405-1464), afirmando en su trabajo cartográfico una especie de unidad religiosa cultural europea en oposición a lo que él consideraba la barbarie asiática. Este Papa ha dejado claramente establecida, en sus consideraciones, la existencia de una ecuación entre Europa y civilización, entre cristianismo y civilización, que es precisamente la gran contribución realizada por el Camino de Santiago. “Toda Europa se ha reunido en torno a la” memoria “de Santiago los mismos siglos en que se construyó como un continente homogéneo y espiritualmente unido. Por eso el mismo Goethe declarará que la conciencia de Europa nació peregrinando”[4].
Sin embargo, actualmente, debido al secularismo, al materialismo y al hedonismo, percibimos que “el cristianismo está viviendo una crisis, de desplazamiento existencial, y ha perdido influencia en las conciencias, relevancia social y eficacia pública, presencia en las instituciones y en la configuración del comportamiento”[5]. “No debe parecer extraño que” el camino a Santiago “se haya considerado a veces como un paradigma de la peregrinación de la Iglesia en su camino hacia la ciudad celestial; camino de oración y penitencia, de caridad y solidaridad; rasgo de la vida en el que la fe, haciendo historia en los hombres, a su vez hace que la cultura sea cristiana”[6].
En la vida humana todo es cultura[7], todos los recursos que los hombres utilizan para poder vivir con libertad, justicia y dignidad pertenecen a la cultura. Desde aquí podemos afirmar que la cultura no debe ser de élite, ya que, en palabras de Juan Pablo II, “la vida humana es cultura”[8]. También debe agregarse que la cultura no debe eliminar la apertura a la trascendencia. En la esfera cultural aparece la dimensión espiritual, que encuentra su mayor incentivo en la religión. En consecuencia, el Papa postula la necesidad de que la cultura se refiera a Dios, afirmando que “uno no puede poseer una verdadera cultura humana sin referirse a Dios”[9].
La tradición cultural de la peregrinación a Santiago de Compostela, como símbolo histórico y religioso, sigue siendo una herramienta adecuada y útil, capaz de expresar el profundo significado de la existencia humana y de la vida de la fe cristiana. Parece responder a una profunda necesidad antropológica de ir más allá de los límites de la experiencia ordinaria para ingresar a los dominios de la vida futura. Se rompe con las antiguas limitaciones para experimentar una existencia de alguna manera ilimitada. “La peregrinación tiene un alma humana y cristiana. Sin alma, el camino sería una realidad inerte”[10].
La nueva Europa del espíritu
Ciertamente, no se trata de crear una Europa paralela a la existente, sino de mostrarle a esta Europa que su alma y su identidad están profundamente arraigadas en el cristianismo, para ofrecerle la clave para interpretar su propia vocación en el mundo. La unidad europea debe basarse en un sistema de valores, tanto personales como colectivos, donde la existencia se entiende como un don y una tarea para el hombre, donde el prójimo es aquel a cuyo servicio se ponen todos los demás.
La nueva Europa del Espíritu, imagen acuñada por San Juan Pablo II, nos muestra que la nueva evangelización es una necesidad urgente para esta nueva Europa en la que encontramos “un hombre que trata de olvidar la muerte y que está marcado por la terrible pérdida de la esperanza en una sociedad cada vez más secularizada”. Ante la crisis de las ideologías, se impone la urgente tarea de ofrecer de nuevo el mensaje liberador del Evangelio a los hombres y mujeres de Europa. No olvidemos que ser cristiana es algo inherente a Europa. Los testimonios de F. Ozanam, E. Morin o Romano Guardini están unidos al de Thomas S. Eliot, quien escribió: “todo nuestro pensamiento europeo adquiere significado por los pensadores cristianos anteriores. Un europeo puede no creer en la verdad de la fe cristiana, pero todo lo que dice, cree y hace, surge de la herencia cultural y cristiana y solo adquiere significado en relación con este legado. Si el cristianismo desapareciera, toda nuestra cultura desaparecería con él”. El peregrino que hoy se pone en camino hacia Santiago, no puede imaginar hasta qué punto la profunda experiencia espiritual cambiará su vida y generará cambios significativos en el contexto al que regresará. Se convierte en un difusor de la cultura de la peregrinación y de sus valores cristianos: conversión, servicio, solidaridad, sentido de la trascendencia. Sobre estos valores debemos basar y revitalizar el futuro de Europa, que debe caminar consciente de que la existencia es un don y una tarea del hombre y que no se puede destruir ni hacer desaparecer de la realidad; que el hombre es una realidad sagrada e inviolable, que no se puede herir ni matar, despreciar, dejar morir; que el prójimo es responsabilidad de todos, que no es posible construir la vida sin velar por el prójimo.
La peregrinación jacobea descubre que el cristianismo, en cuanto que abierta a lo universal, ha configurado una Europa abierta y, por lo tanto, puede integrar nuevos elementos. Pero esto no puede hacerse sin respetar la identidad cultural de Europa. Es necesario decirlo, recuperando nuestra memoria, porque un pueblo sin memoria es un pueblo sin esperanza que no podrá entender su historia. La memoria es la esperanza del futuro.
Decir “Europa” debe significar decir “apertura”. Su propia historia lo requiere, aunque no está exenta de experiencias y signos opuestos: “En realidad, Europa no es un territorio cerrado o aislado; se construyó conociendo otros pueblos, otras culturas y otras civilizaciones”. Por eso, debe ser un continente abierto y acogedor, que continúe realizando en la actual globalización, no solo de formas de cooperación económica, sino también sociales y culturales.
Para crear una unidad nueva y duradera, es necesario estimular una renovación ética y espiritual que se inspiren en las raíces cristianas del continente. De lo contrario no se podrá reconstruir Europa. Sin este elemento vital, el hombre permanece expuesto al peligro de sucumbir a la antigua tentación de redimirse él solo, “un regreso sin precedentes a la atormentada historia de la humanidad” (Insegnamenti, XIII / 1, 1990, p.58).
El Camino de Santiago, camino espiritual, representó la superación de barreras geográficas, culturales y políticas. “En el proceso de integración del continente, es de suma importancia tener en cuenta que la unión no tendrá coherencia si se limita a las dimensiones geográficas y económicas. Primero debe consistir en una armonía de valores que se expresará en el Derecho y en la vida”[11]. Europa no ha desperdiciado su herencia espiritual, pero quizás la ha olvidado. Y un legado no se hace propio hasta que es conquistado.
Como ayer, en palabras de San Juan Pablo II: “Santiago de Compostela es hoy la tienda del encuentro, la meta de la peregrinación, el signo elocuente de la Iglesia peregrina y misionera, penitente y caminante, orante y evangelizadora que va por los caminos de la historia entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que vuelva, un hogar espacioso con las puertas abiertas, que quiere convertirse a partir de ahora en foco luminoso de vida cristiana, en reserva de energía apostólica para nuevas vías de evangelización, a impulsos de la fe de los jóvenes, de una fe siempre joven”[12].
El fenómeno jacobeo es la expresión de una concepción específica del hombre y de su relación con Dios, de la presencia de lo sagrado en el corazón de nuestra civilización, de la distinción entre lo temporal y lo espiritual. Es una llamada a la esperanza cristiana que no es un optimismo ingenuo basado en el cálculo de probabilidades y que debe resonar en la Casa del Señor Santiago, mirando “arriba” y caminando “adelante”.
[1] JUAN PABLO II, Il rinnovamento spirituale e umano dell’Europa…, 185-186.
[2] Discurso en la Catedral de Santiago.
[3] San Juan de la Cruz, Noche Oscura, Libro 2 capítulo 16.
[4] Cfr. en Peregrinos por Gracia. Carta Pastoral del Arzobispo de Santiago de Compostela en el Año Santo Compostelano 2004, 99.
[5] Íbid., 104.
[6] JUAN PABLO II, Mensaje del Santo Padre: IV Jornada Mundial de la Juventud. Santiago de Compostela, agosto 1989, La Coruña 1990, 233.
[7] Cfr. JUAN PABLO II, Discurso en la UNESCO de 2.VI.1980, n.6
[8] Cfr.
[9] Citado del Cardenal P. POUPARD, Chiesa e cultura (Milán, 1985), 225.
[10] R. BLÁZQUEZ PÉREZ, “Dimensión antropológico-religiosa de la peregrinación”, Compostela 6 (1995), 8-9.
[11] JUAN PABLO II, Ecclesia in Europa, nº 110.
[12] JUAN PABLO II, Discurso durante el “Rito del Peregrino” delante de la Catedral de Santiago, 19 agosto 1989.