Generar esperanza
Muy queridos miembros de la vida contemplativa:
Por la naturaleza de vuestra vocación, en la comunidad eclesial sois considerados particularmente cercanos a la intimidad de Dios, a su misterio, y, tal vez por eso mismo, también se os ve delicadamente atentos a remediar las pobrezas de la humanidad con la que camináis. Esa cercanía cordial a Dios y a los pobres nace de la gracia y se nutre de fe, de esperanza y de amor. A la esperanza, compañera inseparable de la fe y del amor, se refiere el lema escogido este año para la Jornada Pro Orantibus: “Generar esperanza”.
Caminamos en esperanza hacia Dios
No hablamos de una esperanza cualquiera: No se trata de “tener una visión positiva sobre la vida”, de tener un proyecto de futuro, de ser optimista. Hablamos de esperanza teologal. Esa esperanza viene de Dios, es gracia de Dios en nuestra vida, es virtud inseparable de las promesas de Dios a su pueblo. A los que creemos, la esperanza nos lleva a Dios, que se nos ha revelado como amor, nos invita a caminar y es meta de nuestro camino. En la carta a los Hebreos, ese destino al que vamos recibe el nombre de “patria mejor”, “patria celeste” (cf. Heb 11,16), y se le describe también como “la ciudad con cimientos cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb 11,10). En la primera carta de Juan, la promesa cuyo cumplimiento esperamos se llama “vida eterna” (1Jn 2,25), y lleva asociada la certeza de que “somos hijos de Dios, aunque todavía no se ve lo que vamos a ser”, “pero sabemos que… seremos como es él” (1Jn 3,2). No os equivocaréis si pensáis que la meta de nuestro camino –la patria mejor, la patria celeste, la vida eterna hacia la que vamos- es Cristo Jesús; no os equivocaréis si decís que caminamos en esperanza hacia Cristo resucitado; no nos equivocaremos si decimos que nuestro destino es Dios.
Esperamos lo que creemos
La esperanza teologal en inseparable de la confianza en la fidelidad de Dios y del amor al Dios de las promesas. Dicho de otro modo, la esperanza es inseparable de la fe, que es “anticipo de lo que esperamos, prueba de realidades que no se ven” (Heb 11,1), y es inseparable del amor, que es la forma de ser de Dios. La fe tiene ojos contemplativos y nos permite entrever lo que esperamos. Pero lo que entrevemos no va a ser lo que nos sostenga en el camino. Sólo la certeza de la fidelidad de Dios a sus promesas mantendrá viva en el creyente la esperanza. Y eso señala caminos a la contemplación, que ha de adentrarse en el misterio del Dios de las promesas y en el misterio de las promesas de Dios, en el misterio del Dios de la palabra en el misterio de la palabra de Dios. Decir promesas de Dios, es decir palabra de Dios.
La dicha está en lo que esperamos
Tal como nos lo han propuesto –“Generar esperanza”-, el lema aparece sin sujeto responsable de la acción. Es obvio que aquí el verbo “generar”, sinónimo de “engendrar”, se toma en sentido figurado, y significa algo así como “ser causa u ocasión de esperanza”, “transmitir esperanza”. Tal vez se quiera decir que la forma de vida de las personas contemplativas está llamada a ser para todos un motivo de esperanza, una invitación a que pongamos en Dios nuestra esperanza. Y lo será ciertamente si en vosotros resplandece la dicha de lo que esperáis. A la memoria de la fe acude el saludo de Isabel a María en los días de la visitación: “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). Considera, Iglesia contemplativa, la certeza de la esperanza: “Lo que has creído, el Señor lo cumplirá”. Tú crees la palabra del Señor, y el Señor hace en ti según su palabra. Considera el compromiso de Dios contigo, su palabra dada: ésa es la fuente de donde nace la firmeza de tu fe, la certeza de tu esperanza, la perfección de tu amor, la belleza de tu vida, tu bienaventuranza. En esperanza, eres dichosa con los pobres porque Dios será tu riqueza; eres dichosa con los que sufren, porque Dios será tu consuelo; eres dichosa con los no violentos, porque Dios será la tierra de tu heredad; eres dichosa con los que tienen hambre y sed, porque Dios te saciará. La bienaventuranza se llama Cristo Jesús.
En comunión con todos
Como sucede con tantos otros aspectos de la vida de los contemplativos, también en el de la esperanza vais por el mismo camino que recorre la comunidad eclesial. Compartís con todos la esperanza en las promesas de Dios a su pueblo (cf. Hech 26, 6-7) y especialmente la esperanza en la resurrección (cf. Hech 2,26; 24,15). Con todos sois hijos de la fe y la esperanza de Abrahán (cf. Rom 4, 17-25). Con todos gemís en lo íntimo a la espera de la plena condición de hijos y del rescate de nuestro ser, pues con esta esperanza nos salvaron (cf. Rom 8,23-24). Con todos bendecís al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que en su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva (1Pe 1,3) y pedís que el Dios de la esperanza colme de alegría vuestra fe (cf. Rom 15,13).
Todos podemos hacer nuestra la oración de Francisco de Asís ante el icono de Cristo crucificado que había en iglesia de San Damián: “Sumo y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y veraz mandamiento”. La esperanza dispone un lugar en nuestra vida para un futuro que se llama Cristo Jesús. Él será nuestra dicha.
¡Gracia y paz a vosotros de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo! Os saluda con afecto y bendice en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
Administrador Apostólico de Santiago de Compostela.