Navidad: Filiación y fraternidad
Queridos diocesanos:
Se habla en estos días de que esta Navidad será diferente, refiriéndose a los añadidos que se han ido adhiriendo a lo que realmente es el misterio que celebramos. Tal vez el gozo del nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre ha quedado diluido en los aspectos materiales. Seguramente que en estos tiempos casi post-pandémicos muchas personas y familias no tengan posibilidad de hacer los gastos que acostumbraban en otros años. Lo necesario en todo caso deberían tenerlo. Y en esto hemos de ser todos corresponsables. Pues precisamente la Navidad nos recuerda que Dios Padre nos ha hecho hijos en su Hijo Jesucristo y por tanto hermanos los unos de los otros. Así “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón… La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (GS 1).
El nacimiento del Hijo de Dios en la humildad de nuestra carne indica la relación entre naturaleza, hombre y Dios creador que “tanto amó al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). San Pablo nos recuerda que “lo único que nosotros hacemos es colaborar con Dios; vosotros sois el campo que Dios cultiva, la casa que Dios edifica. Nadie se engañe; si alguno entre vosotros cree que es sabio según este siglo, hágase necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad para Dios” (1Cor 3,18-23). El Adviento no puede quedar reducido a ser un tiempo para la publicidad comercial, es preparación a la Navidad animando nuestra esperanza al recordarnos que Dios nos creó por amor y no nos abandonó para que tengamos vida eterna.
Redescubrir a Cristo en la Navidad
Navidad es Jesucristo, “el mismo ayer, hoy y siempre” (Heb 13,8), “que hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5), “alianza de un pueblo y luz de las naciones” (Is 42,6). “El ángel dijo a los pastores: No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor… Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lc 2, 10-11.16)). Es necesario volver a las raíces cuando el sentimiento de lo desconocido está generando incertidumbre ante el futuro y afectando a certezas que parecían consolidadas. “La tempestad, decía el papa Francisco refiriéndose a la pandemia, nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. Pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas iniciativas de anestesiar con aparentes rutinas salvadoras, incapaces de apelar a nuestra raíces”. Ya surgen voces de pensadores fuera del cristianismo, que afirman que necesitamos a Cristo. Ciertamente sólo Él da la esperanza para que la vida no se vea condenada a la insignificancia. Pero la esperanza es inseparable del amor solidario. “Vivir en la caridad es pues un gozoso anuncio para todos, haciendo creíble el amor de Dios que no abandona a nadie”.
Necesitamos conformarnos con la historia y persona de Cristo, en la búsqueda paciente de la verdad. Es el afán de verdad lo que promueve la fe cristiana. “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo el nuevo Adán manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS 22). “La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo”[1]. En el contexto de una cultura neopagana el hombre sigue buscando el signo de una esperanza alegre y generosa, como norma inspiradora de todo auténtico progreso que forja una convivencia de todos en caridad que nos compromete a edificar el presente y proyectar el futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y desde la justicia para todos. A esto nos compromete la Navidad con la alegría de los villancicos y sin el agobio del consumismo. Nuestro mañana reflejará la esperanza del hoy.
Exhortación para la Navidad
Como os escribía la pasada Navidad, no amortigüemos las consecuencias del mensaje de Jesús sobre los almohadones de nuestros prejuicios y sentimentalismos. Llevemos a las personas necesitadas material y espiritualmente la Luz que brilló en Belén, ofreciéndoles nuestra ayuda. Por mi parte quiero llegar a vuestros hogares y proclamaros ese gran anuncio de esperanza cristiana: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Pido al Niño Dios que bendiga a todas las familias, en especial a las que en estas fechas el recuerdo de las personas queridas se trasluce en tristeza. ¡Feliz Navidad a todos!
Os saluda con afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
[1] BENEDICTO XVI, Spe salvi, nº 26 y 27.