La Catedral de Santiago acogió hoy Viernes Santo la ceremonia litúrgica de la Pasión del Señor presidida por el arzobispo, mons. Francisco Prieto.
Tras la lectura de la Pasión, en la homilía, el arzobispo hizo una profunda reflexión sobre el sentido de la cruz, la fidelidad, el silencio de Dios y la actualidad del sufrimiento redentor de Cristo.
Monseñor Prieto subrayó que la cruz no es un recuerdo del pasado, sino una realidad viva. “No estamos haciendo memoria de un pasado que tuvo lugar hace siglos”, dijo, “es el hoy de la cruz”. Con esta afirmación, animó a los presentes a vivir la celebración de hoy no como un acto ritual o histórico, sino como una experiencia espiritual viva que interpela el presente de cada creyente.
“Todo está cumplido”, repitió en varios momentos de su predicación, destacando que esa frase final de Jesús en la cruz es la culminación de una vida de entrega: “Se da enteramente, no guarda nada para sí”.
El arzobispo destacó también la necesidad de una respuesta personal ante la cruz: “Contemplemos la cruz no con curiosidad, menos aún con indiferencia”. Y añadió: “Viéndola, estamos viendo al crucificado. Nos interpela, nos interroga, nos pregunta”.
En este sentido, invitó a reconocerse en la fragilidad de los discípulos y, a la vez, aspirar a la fidelidad del discípulo amado y de la Virgen María, presentes al pie de la cruz: “Qué pocas fidelidades llegan hasta el pie de la cruz”.
Mons. Prieto reflexionó también sobre el silencio que rodea la Pasión. “Nace en el silencio y muere en el silencio”, dijo sobre Jesús, y señaló que incluso Dios guarda silencio en la hora del dolor, pero no un silencio vacío, sino uno que habla: “El de Dios no es un silencio que se esquiva, sino que nos pone frente a nuestras indiferencias”. Ese silencio, continuó, «es una forma de interrogarnos sobre nuestra fe, sobre nuestras actitudes ante el dolor y el sufrimiento del mundo».
El arzobispo vinculó el misterio de la cruz con los sufrimientos actuales de la humanidad: “También hoy hay cruces y crucificados”. Y añadió: “Heridas abiertas de guerra, de violencia, con nombre propio, cercanas y lejanas”.
En este sentido, pidió a los presentes una fe que se haga compromiso: “Tomemos en brazos a quienes hoy piden ser sostenidos, acompañados”. Porque, recordó, el Cristo que fue bajado de la cruz y depositado en el sepulcro es también el rostro de tantos que hoy esperan ser acogidos y redimidos.
Refiriéndose a una de las palabras de Jesús en la cruz, el arzobispo explicó: “Tiene sed, y esa sed es de nosotros. Tiene sed de amor, de nuestra entrega, de que brote un agua de vida del corazón de esta humanidad”. Así, la cruz no es solo símbolo de sufrimiento, sino también de esperanza y de posibilidad de transformación para el mundo herido de hoy.
La celebración concluyó con la adoración solemne de la cruz, momento central del Viernes Santo, vivido con gran recogimiento. Durante la liturgia, la Catedral permaneció en un clima de silencio profundo y oración contemplativa.
Mañana, Sábado Santo, a las 22:00 horas, la Catedral acogerá la Solemne Vigilia Pascual, presidida también por el arzobispo, que marcará el paso del silencio del sepulcro a la alegría de la Resurrección.