Celebramos este domingo la fiesta de la Ascensión, una de esas fechas que daban origen a expresiones populares o refranes como aquel “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Era un reflejo de la religiosidad popular y de la piedad de nuestras gentes y pueblos. Trasladada al domingo, la fiesta de la Ascensión coincide ahora con la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.
La Iglesia este año propone una reflexión sobre las redes sociales. Plantea la necesidad de crear una auténtica comunidad humana, en la que prime la persona y se aborden los riesgos que este reciente fenómeno de las redes sociales provoca en la sociedad. Hay ejemplos muy recientes y no hace falta insistir en ellos. Son muchos los padres y madres preocupados por las consecuencias que podrían tener sobre la formación de sus hijos. Entre estos riesgos están el ciberacoso que sufren muchos menores, la presencia de falsedades y manipulaciones en internet o las amenazas a la privacidad.
Hay que felicitar a los comunicadores y a los profesionales de la información que apuestan por la veracidad y la construcción de una cultura que respete la dignidad del hombre y de la mujer. Hoy actuar así es un ejercicio audaz en medio de ciertas prácticas que reducen al ser humano a objeto o cosa.
Pero la comunicación no es solo y exclusivamente periodismo en sus distintas manifestaciones. La comunicación es una expresión de humanidad y un modo de relacionarse. De ahí que nuestro reto como cristianos consista en ser capaces de aportar nuestro granito de arena para que las redes sociales se transformen en comunidad. Dios es comunidad de personas y comunicación de amor. Él no hace comunicaciones “virtuales”: nos habla desde su realidad trinitaria, sale a nuestro encuentro de un modo real y nos llama de corazón a corazón. La Ascensión no deja de ser la apuesta de Cristo para constituirnos a todos en discípulos comunicadores, capaces de difundir en las redes la verdad de la “buena noticia”.