El obispo auxiliar, mons. Jesús Fernández, presidió en el altar mayor de la catedral compostelana el funeral de exequias del canónigo emérito Alejandro Barral. Una vez finalizados los oficios, el cuerpo fue enterrado en el claustro de la catedral.
Como establece el ritual de exequias con misa por un sacerdote difunto, sobre el féretro se colocaron la casulla y la estola que Alejandro Barral utilizó en su ministerio y el evangeliario. La primera lectura fue del libro del Apocalipsis (Ap 4, 1-11). El Evangelio fue el pasaje de la resurrección de Lázaro, que sólo recoge el Evangelio de san Juan (Jn 11, 1-27), y fue proclamado por el diácono permanente Eduardo Amado.
El obispo auxiliar comenzó su homilía transmitiendo la unión y las oraciones de mons. Julián Barrio, que estos días participa en Madrid en la asamblea plenaria de la Conferencia Espiscopal. Dijo mons. Fernández que el fallecimiento de un ser tan querido como don Alejandro Barral nos conmueve el corazón, que pone a prueba nuestra esperanza.
Homilía de mons. Jesús Fernández
En esta situación, queridos hermanos, os invito a abrir la mente a las razones de Dios y el corazón a su consuelo. Efectivamente en Jesucristo se hace posible la esperanza. Pero necesitamos de la fe, necesitamos de la confianza que nos da su amor que ha hecho cima en el misterio pascual. Su contemplación nos ayudará.
El evangelista san Juan nos ha narrado el milagro de la resurrección de su amigo Lázaro. Contemplémosle pues en esta escena cargada de simbolismos. De todos es conocida la amistad que Jesús tenía con esta familia formada por los tres hermanos, Marta, María y Lázaro. Así que llama la atención que Jesús no se apresure a ir al encuentro del enfermo cuando le han dicho que ciertamente lo está. De hecho se nos dice que continuó dos días donde estaba. Desde luego no se debió a su desinterés por atender a un enfermo. Precisamente la mayor parte de su tiempo se la dedicaba a ellos. San Juan deja claro que su propósito era hacer un signo expresivo de la llegada del Reino, de la victoria de la vida sobre la muerte.
Ciertamente Jesús se toma muy en serio este acontecimiento que sella definitivamente nuestra vida aquí en la tierra. No juguetea con ella como si fuera algo insignificante o intrascendente. Sabe que no se la puede disimular y que no se la redime con la estética de los coloridos florales, de las melodías musicales, de los rituales precisos y preciosos. El Señor se conmueve profundamente ante el cadáver de su amigo del alma. Por eso llora ante la tumba. Sus lágrimas nos reconcilian con nuestra condición humana y desvelan el verdadero hombre, que además, no permanece impasible ante el dolor ajeno. Con su gesto nos enseña hasta qué punto el dolor que causa la muerte no se quita con un maquillaje. Realmente sólo se redime, sólo se transfigura con la presencia de Jesucristo, el Señor de la vida.
Tampoco ahora, queridos hermanos y hermanas, el Señor permanece impasible ante la muerte de don Alejandro. Desde el primer momento de su última y grave enfermedad lo ha visitado, lo ha consolado, lo ha fortalecido, lo ha hecho partícipe de su vida. Especialmente su familia ha sido la caricia de Dios para él. Así como también el Opus Dei, la diócesis y muchas personas particulares. Demos gracias a Dios por todos estos gestos dispensados, gestos que nuestro hermano sacerdote ha sabido acoger e interpretar con ojos de fe.
La Palabra de Dios, el comportamiento de Marta y María y el propio testimonio que acabo de citar nos cuestionan y cuestionan a tantos cristianos que ponen reparos a la hora de permitir que llegue la presencia de Dios a través de los sacramentos y del ministerio sagrado hasta sus familiares enfermos y moribundos. Desde luego, no se entiende desde el punto de vista cristiano, que siendo tan generosos a la hora de emplear todos los recursos materiales una vez que ya han fallecido, hayamos sido sin embargo tan raquíticos a la hora de ofrecerles el consuelo y el auxilio de Dios antes de morir.
Por su parte Marta, la hermana de Lázaro, inquieta y laboriosa, creía ciertamente en la resurrección al final de los tiempos. Así se lo manifestó a Jesús. Compartimos esta fe, que llevó al maestro Mateo a esculpir el paraíso en el Pórtico de la Gloria que luce nuestra catedral. Ese Pórtico que don Alejandro cruzó tantas veces y que representa el triunfo definitivo de Jesucristo. Junto a él los 24 ancianos arrancan de sus instrumentos cantos de alabanza a Dios. Llevan también en sus manos las ánforas con sus oraciones y ofrendas al Altísimo.
Don Alejandro había nacido en el Grove el 11 de julio de 1930 y recibido el presbiterado el 6 de abril de 1957. Ese mismo año fue nombrado coadjutor de Santa María de Betanzos. Ya en el año 1960 se encargó de la oficina de arte y estadística de la diócesis. En el 1971 pasó a ser coadjutor de san Cayetano, en nuestra ciudad. En 1976 regente de Conxo, en 1982 fue nombrado canónigo. Posteriormente, en 1984 al 1986 fue capellán de las misioneras del Divino Maestro y de 1987 al 1988 administrador parroquial del Castiñeiriño. También de 1989 a 1990 fue administrador parroquial de san Miguel dos Agros, también en nuestra ciudad. Finalmente el 23 de febrero del año 2013 pasó a ser canónigo emérito.
Pedimos al Señor que acoja grato el ánfora de don Alejandro, en la que apretadamente se contienen todos estos desvelos y entrega sacerdotal. Y nosotros, queridos hermanos, nos unimos a la corte celestial, a la comunidad de los salvados que celebra la presencia de Dios en esta liturgia de la Iglesia. Proclamemos la victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte y pidámosle que haga partícipe de su gloria a nuestro hermano difunto don Alejandro. Que así sea.