Me alegra celebrar la Eucaristía esta tarde con todos vosotros, haciendo memoria de san Francisco de Asís. Con gran afecto os saludo a todos, felicitando cordialmente a la Comunidad Franciscana.
San Pablo nos dice que la indefensión de Jesús y de sus discípulos se ha transformado ahora en estar crucificados en el mundo, donde la aparente derrota se mostrará como la verdadera victoria. Todo ello en virtud de la cruz de Cristo, que es lo único de lo que Pablo se gloría. Que lleve en su cuerpo las marcas de Jesús, como las llevó San Francisco de Asís, es sólo el signo de su seguimiento radical, en el que Pablo es ciertamente consciente de la distancia que le separa del Señor. Sólo a partir de la cruz de Cristo puede en nombre de la Iglesia prometer paz y misericordia a todos los que se ajustan a esta norma: pues la victoria sobre el mundo se encuentra únicamente en la cruz de Jesús y en sus efectos sobre la Iglesia y sobre el mundo. Francisco de Asís descubrió la locura de la cruz, enamorándose de ella.
Entremos de puntillas en ese diálogo que Jesús tiene con Dios Padre. La afirmación de que al conocimiento recíproco del Padre y del Hijo sólo acceden aquellos a los que el Hijo se lo quiera revelar, y éstos son precisamente los pequeños, la gente sencilla, los humildes, los excluidos, aquellos que tienen ya sentimientos afines a los del Hijo, es toda una referencia para nosotros. La actitud de Jesús ante el Padre que no oculta nada a su Hijo sino que le da y le revela todo lo que tiene, es de perfecta obediencia y disponibilidad. Cuando el Hijo encarnado invita a los que están cansados y agobiados a encontrar su alivio en él, está siendo en el mundo la imagen perfecta del amor y de la misericordia del Padre. Así lo entendió y vivió san Francisco de Asís.
Para hablar de San Francisco hay que ser franciscano de espíritu. Aunque con la carencia de este espíritu, me atrevo a hablar diciendo que fue un día memorable en el que Francisco descubrió el Evangelio que en adelante constituyó su única sabiduría. A través del Evangelio es el Altísimo en persona quien le habla. “Conozco a Jesucristo pobre y crucificado y no necesito más”. Renán dirá que puede decirse que después de Jesús, Francisco ha sido el único cristiano perfecto. Fue de veras otro Jesucristo, o mejor dicho, un espejo perfecto de Jesucristo. Tomás de Celano escribe que llevaba Francisco a Jesús en su corazón, en sus labios, en sus oídos, en sus ojos, en sus manos”. La medida del conocimiento que adquiere de Dios se la procura su confianza en el Dios único y el amor incondicional y absoluto con que responde al infinito amor de Dios. “Dios mío, mi todo”.
Esta memoria de Francisco de Asís tiene toda su actualidad. Nos enseña que el descubrimiento de la paternidad de Dios nos lleva a la fraternidad universal; la radicalización de la contemplación lleva a descubrir la urgencia de la evangelización de los pobres; el seguimiento radical de Jesucristo ha producido la creación de una fraternidad que ha llevado al movimiento popular más importante de la historia, recordando a los reformadores y renovadores del cristianismo que el radicalismo cristiano sólo es fecundo desde la fidelidad a la Iglesia. El carisma franciscano constituye una suma viviente de los valores cristianos fundamentales: como son el seguimiento e imitación de Cristo pobre, la contemplación, la fraternidad, la pobreza, el amor a la naturaleza, la sencillez y la alegría. En una sociedad como la nuestra, satisfecha de si misma, “el Pobrecillo de Asís” sigue siendo un rayo luminoso de esperanza para que a través del Evangelio, la conformación con Cristo y su seguimiento radical podamos adentrarnos en el misterio mismo de Dios revelado en Cristo.
La experiencia del Dios Amor abre siempre a los demás, descubriendo en el mundo dimensiones inimaginables para los ojos superficiales del que no hace más que ver objetos, utilizarlos y consumirlos. El reconocimiento de Dios como sumo Bien exige al hombre dejar de considerarse como centro, abandonar el espíritu de posesión y dominio, y adoptar la actitud de desprendimiento que es la base de la libertad de los hijos de Dios. Sólo el espíritu de pobreza es fuente de alegría y medio para hacer efectiva la caridad y la fraternidad.
Queridos franciscanos, como seguidores de Cristo a través del carisma de san Francisco de Asís, prolongáis la obra de Cristo que es anunciar el Evangelio a los pobres con el lenguaje de la fraternidad y de la belleza. Contemplemos a vuestro Padre san Francisco y su ejemplo, e invoquemos su intercesión, para que nos alcance del Señor la luz y la fuerza necesarias para continuar con nuestra misión a través del tiempo. Vivamos con serenidad y cultivemos en el corazón la alegría, dando gracias a Señor. “Su amor es para siempre” ¡Amén!